“Ok, ya sé que vamos a perder pero ¿cómo vamos a hacerlo? ”Es lo que pensé durante el juego 6 de la final de la Liga Venezolana de Béisbol. Las últimas dos o tres semanas estuve planeando mi vida alrededor de estar frente al televisor para ser testigo de lo que en mi cabeza catastrófica era la muerte anunciada del equipo del que soy fanático desde hace 30 años.
En este párrafo iba a explicar qué pasó durante la final para quienes no ven béisbol, pero luego recordé que los Tiburones de la Guaira trascienden la actualidad y son parte del folklore y hasta la persona menos informada del mundo tiene idea: ¿Ah sí, esos son los que pierden siempre no? Que arrechera. Pero es nuestro estigma. Con el que toca vivir, al menos un año mas.
Yo tengo bastante claro de porqué soy de los Tiburones, aunque muchos no lo comprendan. Muchos a quienes envidio, por cierto. Querer darle una explicación filosófica a mi fanatismo es una maldición que me ha llevado a ser el intenso frente a mis amigos o conocidos cuando me hablan de mi equipo. Es que va mucho más allá de ganar o de perder, digo cuando lo que corresponde es una jodedera beisbolística típica en lugar de una disertación antropológica de primer semestre.
El día que La Guaira perdió la final apagué el televisor y no revisé las redes en un buen rato. Solo felicité a mis amigos, porque estaba genuinamente contento de verlos felices. También tenían un buen rato sin ganar. Luego vino ese momento de reflexión: ¿Por qué coño me siento así por un equipo que no gana? ¿Qué es este ejercicio fútil de depositar esperanza y fe en alcanzar algo que me va a decepcionar? Dicen que la locura es repetir las mismas cosas y esperar resultados diferentes. Entonces estoy (estamos, porque somos varios) locos para el coño.
Ser fanático de un equipo que no ha sido campeón en toda tu vida te obliga a encontrar motivos para quererlo que trascienden lo competitivo. Te enamoras de sus fanáticos, del sentido de camaradería, del ambiente, de la samba, de Tibu. Te obligas a enamorarte de su historia, de los títulos que alcanzaron cuando estabas nadando tal cual un tiburón en los testículos de tu papá, de la guerrilla, de Guillén, de Padrón Panza, de Polidor, Pedrique y Carrasco, por nombrar algunos que no vi jugar, pero que me forcé a conocer porque representaron una época gloriosa que no viví.
Si bien los equipos deportivos tienen su identidad propia a mi me llama la atención la forma que los fanáticos hacen suya parte de esa identidad. Es decir, cómo se fusiona la identidad personal con la colectiva. Hay quienes dicen que ser de La Guaira es fidelidad. Para otros es nostalgia. Para muchos es ir a beber hasta vomitar y no encontrar el carro en el estacionamiento. Sabroso, me dieron ganas.
Para mí ser de La Guaira es un ciclo sin fin de esperanza y desilusión. Es estar completamente seguro de poder alcanzar lo que quieres o lo que deseas. Ese empoderamiento inicial que te asegura que se puede lograr todo. Y luego, pum. Sigue una rotura de corazón tan brutal que te toma días recuperarte y escribir esto. Luego llega una temporada nueva y pum, vuelve la esperanza. Como la vida misma. Esperar lo mejor, caer y volverse a levantar.
Dicen que la esperanza es lo último que se pierde. Pero quizás también es lo primero que se gana. Pa’ encima.
"Un hombre no puede rehacerse a sí mismo sin sufrir, porque es a la vez el mármol y el escultor"
Que buena forma de escribir para dar vida a cosas que muchas veces no sabemos expresar. Gracias✌🏻