Adiós, Lenin es una de mis películas favoritas. Por alguna razón tengo bastante claro que la he visto cada 6 o 7 años. Para quienes no la conocen, por favor corran a verla. Esta tragicomedia trata sobre Alexander y su mamá Christiane, una fanática socialista, a quién le da un infarto y cae en coma tras ver a su hijo protestando contra el gobierno al que ella apoya, el de la Alemania oriental.
Luego del infarto, los médicos informan a Alexander que Christiane no puede recibir noticias impactantes, ni sentir emociones muy fuertes. Es decir, no puede enterarse de los cambios que ha atravesado su querida nación: Ha caído el muro de Berlín y poco a poco lo que ella conocía como su patria ha dejado de existir.
En la película, Alex construye, en base a mentiras, una realidad alterna para que su mamá no se entere de lo que ha sucedido. Desde noticias falsas, una decoración con los muebles viejos de su departamento, hasta convencer a sus amigos y seres queridos de seguirle el juego con historias de mentira.
Es aquí cuando la película me atrapó y por qué la veo cada tanto tiempo: Existe una cantidad de mentiras necesarias e instrumentales para que podamos vivir. No para ser felices, que sobra gente que se inventa realidades para intentarlo, solo para sencillamente vivir.
Hay tres tipos de mentiras en la película. Las que Alex planea y ejecuta estratégicamente y las que se inventa en el momento, cuando sucede algo inesperado que pone en peligro su plan. Las segundas suelen darle momentos cómicos a la película, precisamente porque ese tipo de mentiras nos sorprende como espectadores y nos dan el primer acercamiento a comprender lo empeñado que está Alex en seguir mintiendo, solo para que su mamá no sufra.
Luego está la tercera mentira, la que Alex se dice a sí mismo y no logra reconocer. En realidad él no está reconstruyendo poco a poco el país que conoció para su mamá. Lo está haciendo por y para sí mismo. Para mantener esa relación su mamá, con el entorno en el que creció e inclusive con el que no estaba de acuerdo y lo vimos protestar. Es de esas mentiras que nos eluden, que no nos damos cuenta de que fueron creación nuestra, de esas mentiras que son metas que nos ponemos para perseguir y darle sentido a la existencia.
Dentro de la película hay otras mentiras también importantes. Pero hay una mentira final que es la que, en mi opinión, pone el tono trágico. Al darse cuenta de que los días de su mamá están contados Alex decide que su mamá debe morir sabiendo que ya existe una sola Alemania. Así que decide, con mentiras de por medio, contar que la Alemania oriental salió victoriosa y que el mundo se muere por conocerla. Para darle una última alegría, con una última gran mentira. Pero eso no es lo trágico.
Lo trágico es que ya Christiane sabe la verdad. Se la contaron hace horas y tras el shock inicial ya la aceptó. Es aquí el momento que me quiebra y que siempre me mueve cuando lo veo: Christiane decide no confrontar a Alex. Decide mentir. Opta por fingir sorpresa, emoción y alegría ante el intento, exitoso, de su hijo de brindarle felicidad. Es un grandísimo momento de amor mutuo, de los mejores que he visto representados en una película. Ambos, con mentiras, llegan a un punto de encuentro con la verdad: Ambos se aman y quieren la felicidad el uno para el otro.
Yo creo en la honestidad y la verdad. Y por sobre todas las cosas la sinceridad con uno mismo. Pero no hay que ignorar que a veces nos inventamos o creamos escenarios, realidades, mitos e historias para lidiar con la vida. Lo importante es no dejarnos consumir por las mentiras que nos decimos. Y saber con quién compartirlas. Caerse a paja responsablemente, digamos.
PD: Estoy dejando afuera de este escrito todo todo el subplot con el papá de Alex y otras mentiras. Vayan a ver la película, está en HBO MAX-
que cool que hagas estas cosas chris, un abrazo. -tiamo
amo leerte! jiji